En una época en que se filman, publican y retuitean en directo los desacuerdos, los monólogos, las palabras y los gestos contra otros, las discusiones estériles, los choques de ego, los conflictos violentos, las carencias de respeto, los orgullos heridos, las ausencias de escucha, los ataques frontales o escondidos contra los que se consideran enemigos o adversarios, las guerras … debe conmover nuestras conciencias el proceso de diálogo de la Habana y el acuerdo de paz alcanzado en Colombia . La semana pasada los representantes del gobierno de Colombia y de las FARC firmaron solemnemente en Cartagena de Indias este acuerdo, ante 250 víctimas de diversas localidades colombianas y 2.500 invitados nacionales e internacionales, incluyendo varios presidentes y el mismo secretario general de la ONU. Este proceso, que no incluye otros actores violentos como el ELN, ha estado condicionado por los postulados de la justicia transicional y los ejes de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición; también, y de forma significativa, por el Tribunal Penal Internacional (TPI), de la que Colombia es parte y en la que la Oficina del Fiscal tenía abiertas diligencias preliminares desde el año 2004. Con esta culminación de un proceso formal y complejo de diálogo de más de cuatro años de evolución se quiere superar 52 años de conflicto violento, con violaciones sistemáticas de derechos humanos -llevada a cabo por múltiples actores guerrilleros, paramilitares y gubernamentales-, más de seis millones de víctimas, miles de desaparecidos , heridos, exiliados en numerosos países -incluso al nuestro- e innumerables familias afectadas.
Aunque no era obligatorio, el acuerdo se ha querido someter a referéndum . La participación ha sido inferior al 37,4% y los votos de diferencia a favor del no han sido 60.000 sobre un censo de 35 millones de ciudadanos convocados. ¿Quién ha ganado ? Pues el 62% que se abstuvo. Y esto se puede leer de varias maneras, como siempre: o esos millones de colombianos les importa un bledo su país, o bien consideran que es una decisión política trascendente que corresponde al gobierno, que es el encargado de tomar decisiones políticas. Sea como sea, los firmantes de este acuerdo dicen que el respetarán y el implementarán. Y los ciudadanos tendrán nuevas ocasiones para refrendar políticamente los firmantes o retirarles la confianza. El diálogo me parece que no se detendrá.
Esto no es consecuencia, solamente, de la habilidad y capacidad de dos equipos negociadores que han dado la vida (en positivo!), con discreción, detrás de los visibles José Manuel Santos, Rodrigo Londoño, Huberto de la Calle y Henry Acosta -el mediador-, ni siquiera sólo del trabajo de mucha gente durante los últimos cuatro años (ya hace tiempo que los centros nacionales y locales de memoria y las víctimas y familias trabajaban para poner sobre la mesa los hechos destructivos vividos, para trascenderlos ). En Colombia enemigos declarados, adversarios que buscaban literalmente la desaparición del otro, han sido capaces de sentarse en una mesa y hablar. Han podido y querido crear las condiciones de tiempo y espacio para hacerlo, a pesar de la continuación de las hostilidades y la violencia. Se han sabido acompañar de facilitadores externos e internos del diálogo, de asesores y expertos en diversas áreas que se consideraban intratables. Han tenido el coraje de poner en el centro y escuchar atentamente decenas de víctimas de diferentes episodios y actores del conflicto violento, y lo han hecho de forma pionera: invitándoles en medio de las conversaciones de paz. Los que participaban en este proceso de diálogo explican hasta qué punto lo transformó el sentirse presencialmente los afectados directos de la violencia. Hasta ahora en este tipo de procesos no se escuchaba nunca las víctimas, o se hacía una vez concluido el acuerdo de paz, en posteriores comisiones de verdad o audiencias públicas.
Es cierto, el acuerdo surgido del diálogo no es perfecto, y su implementación representa un gran reto individual y colectivo, como reconocen los mismos protagonistas -y el resultado del referéndum no ayuda-. Hay cosas que consideran incompletas, con concesiones dolorosas; hay aspectos del acuerdo que no les convencen e incluso los incomodan y desagradan. Durante el diálogo se han producido momentos de todo tipo, incluso de desilusión, de frustración, de desánimo, pero su determinación y resiliencia ha posibilitado superar todo esto y llegar a lo que consideran el mejor acuerdo posible.
Ante tantas situaciones que parecen intratables o bloqueadas sin remedio, ya sea en familias, trabajos, partidos políticos, gobiernos o Parlamentos, ojalá tengamos la humildad y el coraje de reflejarnos en verdaderos diálogos productivos, de aquí y de allí.
Jordi Palou-Loverdos es abogado, mediador de conflictos y experto de los congresos internacionales Edificar la Paz / Artículo original publicado en el diario Ara el 3 de octubre de 2016.